miércoles, 17 de febrero de 2010

Nuestro GLOG homenaje a MIGUEL HERNÁNDEZ



Vamos a buscar información sobre la vida y obra de este "monstruo" de la literatura española que este año hubiese cumplido 100 años. Quiero que aportéis algunos datos que vayamos encontrando y recopilando.

41 comentarios:

  1. A la luna venidera
    te acostarás a parir
    y tu vientre irradiará
    la claridad sobre mí.

    Alborada de tu vientre,
    cada vez más claro en sí,
    esclareciendo los pozos,
    anocheciendo el marfil.

    A la luna venidera
    el mundo se vuelve a abrir.

    MIGUEL HERNÁNDEZ

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  2. CANCIÓN ÚLTIMA:

    Pintada, no vacía:
    pintada está mi casa
    de color de las grandes
    pasiones y desgracias

    Regresará del llanto
    adonde fue llevada
    con su desierta mesa
    con su ruidosa cama

    Floreserán los besos
    sobre las almohadas.
    Y en torno de su cuerpo
    elevará la sábana.

    Su intensa enredadera
    nocturna, perfumada.

    El odio se amortigua
    detras de las ventanas

    Será la garra suave.

    Dejadme la esperanza

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  3. Muy bien chicas.Cruz si lees esto por favor vuelve a mandarme por mail tus fotos de aula. Gracias

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  4. CANCIÓN PRIMERA

    Se ha retirado el campo
    al ver abalanzarse
    crispadamente al hombre.

    ¡Qué abismo entre el olivo
    y el hombre se descubre!

    El animal que canta:
    el animal que puede
    llorar y echar raíces,
    rememoró sus garras.

    Garras que revestía
    de suavidad y flores,
    pero que, al fin, desnuda
    en toda su crueldad.

    Crepitan en mis manos.
    Aparta de ellas, hijo.
    Estoy dispuesto a hundirlas,
    dispuesto a proyectarlas
    sobre tu carne leve.

    He regresado al tigre.
    Aparta, o te destrozo.

    Hoy el amor es muerte,
    y el hombre acecha al hombre.

    Miguel Hernandez

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  5. DESPUÉS DEL AMOR

    No pudimos ser. La tierra
    no pudo tanto. No somos
    cuanto se propuso el sol
    en un anhelo remoto.
    Un pie se acerca a lo claro.
    En lo oscuro insiste el otro.
    Porque el amor no es perpetuo
    en nadie, ni en mí tampoco.
    El odio aguarda su instante
    dentro del carbón más hondo.
    Rojo es el odio y nutrido.

    El amor, pálido y solo.

    Cansado de odiar, te amo.
    Cansado de amar, te odio.

    Llueve tiempo, llueve tiempo.
    Y un día triste entre todos,
    triste por toda la tierra,
    triste desde mí hasta el lobo,
    dormimos y despertamos
    con un tigre entre los ojos.

    Piedras, hombres como piedras,
    duros y plenos de encono,
    chocan en el aire, donde
    chocan las piedras de pronto.

    Soledades que hoy rechazan
    y ayer juntaban sus rostros.
    Soledades que en el beso
    guardan el rugido sordo.
    Soledades para siempre.
    Soledades sin apoyo.

    Cuerpos como un mar voraz,
    entrechocado, furioso.

    Solitariamente atados
    por el amor, por el odio.
    Por las venas surgen hombres,
    cruzan las ciudades, torvos.

    En el corazón arraiga
    solitariamente todo.
    Huellas sin compaña quedan
    como en el agua, en el fondo.

    Sólo una voz, a lo lejos,
    siempre a lo lejos la oigo,
    acompaña y hace ir
    igual que el cuello a los hombros.

    Sólo una voz me arrebata
    este armazón espinoso
    de vello retrocedido
    y erizado que me pongo.

    Los secos vientos no pueden
    secar los mares jugosos.
    Y el corazón permanece
    fresco en su cárcel de agosto
    porque esa voz es el arma
    más tierna de los arroyos:

    «Miguel: me acuerdo de ti
    después del sol y del polvo,
    antes de la misma luna,
    tumba de un sueño amoroso».

    Amor: aleja mi ser
    de sus primeros escombros,
    y edificándome, dicta
    una verdad como un soplo.

    Después del amor, la tierra.
    Después de la tierra, todo.

    Miguel Hernández

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  6. EL NIÑO DE LA NOCHE

    Riéndose, burlándose con claridad del día,
    se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
    No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
    más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.

    Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
    al centro de la esfera de todo lo que existe.
    Quise llevar la risa como lo más hermoso.
    He muerto sonriendo serenamente triste.

    Niño dos veces niño: tres veces venidero.
    Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
    Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
    salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

    Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
    Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
    En una sensitiva sombra de transparencia,
    en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.

    Vientre: carne central de todo lo existente.
    Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
    Noche final en cuya profundidad se siente
    la voz de las raíces y el soplo de la altura.

    Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
    Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
    El universo agolpa su errante resonancia
    allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

    Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
    el mar, por la ventana de un corazón entero
    que ayer se acongojaba de no ser horizonte
    abierto a un mundo menos mudable y pasajero.

    Acumular la piedra y el niño para nada:
    para vivir sin alas y oscuramente un día.
    Pirámide de sal temible y limitada,
    sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.

    Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
    Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
    Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
    vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.

    Miguel Hernández

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  7. VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN
    .
    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.
    .
    Los bueyes doblan la frente,
    imponentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.
    .
    No soy de un pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimiento de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.
    .
    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?
    Asturianos de braveza.
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la manera,
    señores de la labranza.
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada. a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habréis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.
    .
    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.
    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra:
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.
    .
    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.
    .
    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.

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  9. A MI HIJO


    Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
    abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
    su color coronado de junios, ya es rocío
    alejándose a ciertas regiones matutinas.

    Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
    como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
    con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
    como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

    Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
    al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
    precipitado octubre contra nuestras ventanas,
    diste paso al otoño y anocheció los mares.

    Te ha devorado el sol, rival único y hondo
    y la remota sombra que te lanzó encendido;
    te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
    tragándote; y es como si no hubieras nacido.

    Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
    sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
    Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
    atardeció tu carne con el alba en un lado.

    El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
    carne naciente al alba y al júbilo precisa;
    niño que sólo supo reir, tan largamente,
    que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

    Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
    ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
    golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
    naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

    Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
    de llegar al más leve signo de la fiereza.
    Vida como una hoja de labios incipientes,
    hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

    Los consejos del mar de nada te han valido...
    Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
    de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
    de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

    Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
    los latentes colores de la vida, los huertos,
    el centro de las flores a tus pies destinado,
    de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

    Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
    (¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
    Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
    la noche continúa cayendo desolada.

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  10. EL HERIDO

    Para el muro de un hospital de sangre.

    I

    Por los campos luchados se extienden los heridos.
    Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
    salta un trigal de chorros calientes, extendidos
    en roncos surtidores.

    La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
    Y las heridas suenan, igual que caracolas,
    cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
    esencia de las olas.

    La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
    La bodega del mar, del vino bravo, estalla
    allí donde el herido palpitante se anega,
    y florece, y se halla.

    Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
    La que contengo es poca para el gran cometido
    de sangre que quisiera perder por las heridas.
    Decid quién no fue herido.

    Mi vida es una herida de juventud dichosa.
    ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente
    herido por la vida, ni en la vida reposa
    herido alegremente!

    Si hasta a los hospitales se va con alegría,
    se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
    de adelfos florecidos ante la cirugía.
    de ensangrentadas puertas.

    II

    Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
    Para la libertad, mis ojos y mis manos,
    como un árbol carnal, generoso y cautivo,
    doy a los cirujanos.

    Para la libertad siento más corazones
    que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
    y entro en los hospitales, y entro en los algodones
    como en las azucenas.

    Para la libertad me desprendo a balazos
    de los que han revolcado su estatua por el lodo.
    Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
    de mi casa, de todo.

    Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
    ella pondrá dos piedras de futura mirada
    y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
    en la carne talada.

    Retoñarán aladas de savia sin otoño
    reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
    Porque soy como el árbol talado, que retoño:
    porque aún tengo la vida.

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  11. NANAS DE CEBOLLA

    La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre.
    Escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla,
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchada de azúcar
    cebolla y hambre.

    Una mujer morena
    resuelta en lunas
    se derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríete niño
    que te traigo la luna
    cuando es preciso.
    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    Es tu risa la espada
    más victoriosa,
    vencedor de las flores
    y las alondras.
    Rival del sol.
    Porvenir de mis huesos
    y de mi amor.

    Desperté de ser niño:
    nunca despiertes.
    Triste llevo la boca:
    ríete siempre.
    Siempre en la cuna
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.

    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble
    luna del pecho:
    él, triste de cebolla,
    tú satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa
    ni lo que ocurre.

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  12. LAS ABARCAS DESIERTAS

    Por el cinco de enero,
    cada enero ponía
    mi calzado cabrero
    a la ventana fría.

    Y encontraban los días,
    que derriban las puertas,
    mis abarcas vacías,
    mis abarcas desiertas.

    Nunca tuve zapatos,
    ni trajes, ni palabras:
    siempre tuve regatos,
    siempre penas y cabras.

    Me vistió la pobreza,
    me lamió el cuerpo el río,
    y del pie a la cabeza
    pasto fui del rocío.

    Por el cinco de enero,
    para el seis, yo quería
    que fuera el mundo entero
    una juguetería.

    Y al andar la alborada
    removiendo las huertas,
    mis abarcas sin nada,
    mis abarcas desiertas.

    Ningún rey coronado
    tuvo pie, tuvo gana
    para ver el calzado
    de mi pobre ventana.

    Toda la gente de trono,
    toda gente de botas
    se rió con encono
    de mis abarcas rotas.

    Rabié de llanto, hasta
    cubrir de sal mi piel,
    por un mundo de pasta
    y un mundo de miel.

    Por el cinco de enero,
    de la majada mía
    mi calzado cabrero
    a la escarcha salía.

    Y hacia el seis, mis miradas
    hallaban en sus puertas
    mis abarcas heladas,
    mis abarcas desiertas.

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  13. MADRE ESPAÑA

    Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
    con todas las raíces y todos los corajes,
    ¿quién me separará, me arrancará de ti,
    madre?

    Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
    si su fondo titánico da principio a mi carne?
    abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
    ¡nadie!

    Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
    donde desembocando se unen todas las sangres:
    donde todos los huesos caídos se levantan:
    madre.

    Decir madre es decir tierra que me ha parido;
    es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
    es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
    sangre.

    La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
    El otro pecho es una burbuja de tus mares.
    Tú eres la madre entera con todo su infinito,
    madre.

    Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
    Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
    Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
    madre.

    Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
    volverás a parirme con más fuerza que antes.
    Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
    ¡madre!

    Hermanos: defendamos su vientre acometido,
    hacia donde los grajos crecen de todas partes,
    pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
    aires.

    Echad a las orillas de vuestro corazón
    el sentimiento en límites, los efectos parciales.
    Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
    grande.

    Una fotografía y un pedazo de tierra,
    una carta y un monte son a veces iguales.
    Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
    madre.

    Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
    los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
    fundirse con nosotros y salvar la primera
    madre.

    España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
    de dolor y de piedra profunda para darme:
    no me separarán de tus altas entrañas,
    madre.

    Además de morir por ti, pido una cosa:
    que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
    vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
    madre.

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  14. TODO ERA AZUL

    Todo era azul delante de aquellos ojos y era
    verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
    Porque el color hallaba su encarnación primera
    dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.

    Ojos nacientes: luces en una doble esfera.
    Todo radiaba en torno como un solar de espejos.
    Vivificar las cosas para la primavera
    poder fue de unos ojos que nunca han sido viejos.

    Se los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce
    como sentir aquella mirada inundadora.
    Cuando se me alejaba, me despedí del día.

    La claridad brotaba de su directo roce,
    pero los devoraron. Y están brotando ahora
    penumbras como el pardo rubor de la agonía.

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  15. El amor ascendía entre nosotros
    como la luna entre las dos palmeras
    que nunca se abrazaron.

    El íntimo rumor de los dos cuerpos
    hacia el arrullo un oleaje trajo,
    pero la ronca voz fue atenazada.
    Fueron pétreos los labios.

    El ansia de ceñir movió la carne,
    esclareció los huesos inflamados,
    pero los brazos al querer tenderse
    murieron en los brazos.

    Pasó el amor, la luna, entre nosotros
    y devoró los cuerpos solitarios.
    Y somos dos fantasmas que se buscan
    y se encuentran lejanos.

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  16. 19 DE DICIEMBRE DE 1937

    Desde que el alba quiso ser alba, toda eres
    madre. Quiso la luna profundamente llena.
    En tu dolor lunar he visto dos mujeres,
    y un removido abismo bajo una luz serena.

    ¡Qué olor a madreselva desgarrada y hendida!
    ¡Qué exaltación de labios y honduras generosas!
    Bajo las huecas ropas aleteó la vida,
    y se sintieron vivas bruscamente las cosas.

    Eres más clara. Eres más tierna. Eres más suave,
    Ardes y te consumes con más recogimiento.
    El nuevo amor te inspira la levedad del ave
    y ocupa los caminos pausados de tu aliento.

    Ríe, porque eres madre con luna. Así lo expresa
    tu palidez rendida de recorrer lo rojo;
    y ese cerezo exhausto que en tu corazón pesa,
    y el ascua repentina que te agiganta el ojo.

    Ríe, que todo ríe; que todo es madre leve.
    Profundidad del mundo sobre el que te has quedado
    sumiéndose y ahondándote mientras la luna mueve,
    igual que tú, su hermosa cabeza hacia otro lado.

    Nunca tan parecida tu frente al primer cielo.
    Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.
    Vienen rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo
    te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.

    Miguel hernandez



    david ferrero

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  17. Profe, como buen gato andaluz, os dejo mi homenaje a Miguel Hernandez con su poema Andaluces de Jaen
    Es su poema recitado.
    http://www.youtube.com/watch?v=SKL8Mzj-jmE
    Espero que funcione el enlace escrito a mano.

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  18. El enlace lo podeis copiar y pegar en el buscador y encuentra el video. Un saludo.

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  19. Su Elegia cantada por el grupo andaluz Jarcha es espectacular.
    http://www.youtube.com/watch?v=S1B5TUyp0Zc

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  20. PARA LA LIBERTAD

    Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
    Para la libertad, mis ojos y mis manos,
    como un árbol carnal, generoso y cautivo,
    doy a los cirujanos.

    Para la libertad siento más corazones
    que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
    y entro en los hospitales, y entro en los algodones
    como en las azucenas.

    Para la libertad me desprendo a balazos
    de los que han revolcado su estatua por el lodo.
    Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
    de mi casa, de todo.

    Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
    ella pondrá dos piedras de futura mirada
    y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
    en la carne talada.

    Retoñarán aladas de savia sin otoño
    reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
    Porque soy como el árbol talado, que retoño:
    porque aún tengo la vida.

    MIGUEL HERNANDEZ

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  21. SEPULTURA DE LA IMAGINACIÓN

    Un albañil quería... No le faltaba aliento.
    Un albañil quería, piedra tras piedra, muro
    tras muro, levantar una imagen al viento
    desencadenador en el futuro.

    Quería un edificio capaz de lo más leve.
    No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería!
    Piedras de plumas, muros de pájaros los mueve
    una imaginación al mediodía.

    Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus brazos,
    con un poder más alto que el ala de los truenos
    iban brotando muros lo mismo que aletazos.
    Pero los aletazos duran menos.

    Al fin, era la piedra su agente. Y la montaña
    tiene valor de vuelo si es totalmente activa.
    Piedra por piedra es peso y hunde cuanto acompaña
    aunque esto sea un mundo de ansia viva.

    Un albañil quería... Pero la piedra cobra
    su torva densidad brutal en un momento.
    Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra
    fueron precipitados él y el viento.


    MIGUEL HERNANDEZ

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  22. Como el toro he nacido para el luto

    Como el toro he nacido para el luto
    y el dolor, como el toro estoy marcado
    por un hierro infernal en el costado
    y por varón en la ingle con un fruto.

    Como el toro lo encuentra diminuto
    todo mi corazón desmesurado,
    y del rostro del beso enamorado,
    como el toro a tu amor se lo disputo.

    Como el toro me crezco en el castigo,
    la lengua en corazón tengo bañada
    y llevo al cuello un vendaval sonoro.

    Como el toro te sigo y te persigo,
    y dejas mi deseo en una espada,
    como el toro burlado, como el toro.

    Miguel Hernández

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  23. Poema Sentado sobre los Muertos
    de Miguel Hernandez



    Sentado sobre los muertos
    que se han callado en dos meses,
    beso zapatos vacíos
    y empuño rabiosamente
    la mano del corazón
    y el alma que lo sostiene.

    Que mi voz suba a los montes
    y baje a la tierra y truene,
    eso pide mi garganta
    desde ahora y desde siempre.

    Acércate a mi clamor,
    pueblo de mi misma leche,
    árbol que con tus raíces
    encarcelado me tienes,
    que aquí estoy yo para amarte
    y estoy para defenderte
    con la sangre y con la boca
    como dos fusiles fieles.

    Si yo salí de la tierra,
    si yo he nacido de un vientre
    desdichado y con pobreza,
    no fue sino para hacerme
    ruiseñor de las desdichas,
    eco de la mala suerte,
    y cantar y repetir
    a quien escucharme debe
    cuanto a penas, cuanto a pobres,
    cuanto a tierra se refiere.

    Ayer amaneció el pueblo
    desnudo y sin qué comer,
    y el día de hoy amanece
    justamente aborrascado
    y sangriento justamente.
    En su mano los fusiles
    leones quieren volverse:
    para acabar con las fieras
    que lo han sido tantas veces.

    Aunque le faltan las armas,
    pueblo de cien mil poderes,
    no desfallezcan tus huesos,
    castiga a quien te malhiere
    mientras que te queden puños,
    uñas, saliva, y te queden
    corazón, entrañas, tripas,
    cosas de varón y dientes.
    Bravo como el viento bravo,
    leve como el aire leve,
    asesina al que asesina,
    aborrece al que aborrece
    la paz de tu corazón
    y el vientre de tus mujeres.
    No te hieran por la espalda,
    vive cara a cara y muere
    con el pecho ante las balas,
    ancho como las paredes.

    Canto con la voz de luto,
    pueblo de mí, por tus héroes:
    tus ansias como las mías,
    tus desventuras que tienen
    del mismo metal el llanto,
    las penas del mismo temple,
    y de la misma madera
    tu pensamiento y mi frente,
    tu corazón y mi sangre,
    tu dolor y mis laureles.
    Antemuro de la nada
    esta vida me parece.

    Aquí estoy para vivir
    mientras el alma me suene,
    y aquí estoy para morir,
    cuando la hora me llegue,
    en los veneros del pueblo
    desde ahora y desde siempre.
    Varios tragos es la vida
    y un solo trago es la muerte.




    MIGUEL HERNANDEZ
    melissa

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  24. Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en tus ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que mi alma al oírte
    bata el espacio.
    .
    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    MIGUEL HERNANDEZ

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  25. CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

    He poblado tu vientre de amor y sementera,
    he prolongado el eco de sangre a que respondo
    y espero sobre el surco como el arado espera:
    he llegado hasta el fondo.

    Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
    esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
    tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
    de cierva concebida.

    Ya me parece que eres un cristal delicado,
    temo que te me rompas al más leve tropiezo,
    y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
    fuera como el cerezo.

    Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
    te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
    Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
    ansiado por el plomo.

    Sobre los ataúdes feroces en acecho,
    sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
    te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
    hasta en el polvo, esposa.

    Cuando junto a los campos de combate te piensa
    mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
    te acercas hacia mí como una boca inmensa
    de hambrienta dentadura.

    Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
    aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
    y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
    y defiendo tu hijo.

    Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
    envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
    y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
    sin colmillos ni garras.

    Es preciso matar para seguir viviendo.
    Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
    y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
    cosida por tu mano.

    Tus piernas implacables al parto van derechas,
    y tu implacable boca de labios indomables,
    y ante mi soledad de explosiones y brechas
    recorres un camino de besos implacables.

    Para el hijo será la paz que estoy forjando.
    Y al fin en un océano de irremediables huesos
    tu corazón y el mío naufragarán, quedando
    una mujer y un hombre gastados por los besos

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  26. LA BOCA

    Boca que arrastra mi boca:
    boca que me has arrastrado:
    boca que vienes de lejos
    a iluminarme de rayos.

    Alba que das a mis noches
    un resplandor rojo y blanco.
    Boca poblada de bocas:
    pájaro lleno de pájaros.
    Canción que vuelve las alas
    hacia arriba y hacia abajo.
    Muerte reducida a besos,
    a sed de morir despacio,
    das a la grama sangrante
    dos fúlgidos aletazos.
    El labio de arriba el cielo
    y la tierra el otro labio.

    Beso que rueda en la sombra:
    beso que viene rodando
    desde el primer cementerio
    hasta los últimos astros.
    Astro que tiene tu boca
    enmudecido y cerrado
    hasta que un roce celeste
    hace que vibren sus párpados.

    Beso que va a un porvenir
    de muchachas y muchachos,
    que no dejarán desiertos
    ni las calles ni los campos.

    ¡Cuánta boca enterrada,
    sin boca, desenterramos!

    Beso en tu boca por ellos,
    brindo en tu boca por tantos
    que cayeron sobre el vino
    de los amorosos vasos.
    Hoy son recuerdos, recuerdos,
    besos distantes y amargos.

    Hundo en tu boca mi vida,
    oigo rumores de espacios,
    y el infinito parece
    que sobre mí se ha volcado.

    He de volverte a besar,
    he de volver, hundo, caigo,
    mientras descienden los siglos
    hacia los hondos barrancos
    como una febril nevada
    de besos y enamorados.

    Boca que desenterraste
    el amanecer más claro
    con tu lengua. Tres palabras,
    tres fuegos has heredado:
    vida, muerte, amor. Ahí quedan
    escritos sobre tus labios.

    MIGUEL HERNÁNDEZ

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  27. Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos...

    Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
    que son dos hormigueros solitarios,
    y son mis manos sin las tuyas varios
    intratables espinos a manojos..

    No me encuentro los labios sin tus rojos,
    que me llenan de dulces campanarios,
    sin ti mis pensamientos son calvarios
    criando nardos y agostando hinojos.

    No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
    ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
    y mi voz sin tu trato se afemina.

    Los olores persigo de tu viento
    y la olvidada imagen de tu huella,
    que en ti principia, amor, y en mí termina.

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  28. Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
    abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
    su color coronado de junios, ya es rocío
    alejándose a ciertas regiones matutinas.

    Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
    como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
    con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
    como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

    Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
    al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
    precipitado octubre contra nuestras ventanas,
    diste paso al otoño y anocheció los mares.

    Te ha devorado el sol, rival único y hondo
    y la remota sombra que te lanzó encendido;
    te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
    tragándote; y es como si no hubieras nacido.

    Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
    sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
    Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
    atardeció tu carne con el alba en un lado.

    El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
    carne naciente al alba y al júbilo precisa;
    niño que sólo supo reir, tan largamente,
    que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

    Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
    ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
    golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
    naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

    Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
    de llegar al más leve signo de la fiereza.
    Vida como una hoja de labios incipientes,
    hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

    Los consejos del mar de nada te han valido...
    Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
    de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
    de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

    Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
    los latentes colores de la vida, los huertos,
    el centro de las flores a tus pies destinado,
    de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

    Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
    (¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
    Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
    la noche continúa cayendo desolada.
    A MI HIJO.

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  29. Por los campos luchados se extienden los heridos.
    Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
    salta un trigal de chorros calientes, extendidos
    en roncos surtidores.

    La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
    Y las heridas suenan, igual que caracolas,
    cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
    esencia de las olas.

    La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
    La bodega del mar, del vino bravo, estalla
    allí donde el herido palpitante se anega,
    y florece, y se halla.

    Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
    La que contengo es poca para el gran cometido
    de sangre que quisiera perder por las heridas.
    Decid quién no fue herido.

    Mi vida es una herida de juventud dichosa.
    ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente
    herido por la vida, ni en la vida reposa
    herido alegremente!

    Si hasta a los hospitales se va con alegría,
    se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
    de adelfos florecidos ante la cirugía.
    de ensangrentadas puertas.

    II

    Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
    Para la libertad, mis ojos y mis manos,
    como un árbol carnal, generoso y cautivo,
    doy a los cirujanos.

    Para la libertad siento más corazones
    que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
    y entro en los hospitales, y entro en los algodones
    como en las azucenas.

    Para la libertad me desprendo a balazos
    de los que han revolcado su estatua por el lodo.
    Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
    de mi casa, de todo.

    Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
    ella pondrá dos piedras de futura mirada
    y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
    en la carne talada.

    Retoñarán aladas de savia sin otoño
    reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
    Porque soy como el árbol talado, que retoño:
    porque aún tengo la vida.

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  30. No es mi piel, la pasión
    ni mis ojos el fuego,
    si queréis verme arder,
    venid y mirad dentro.
    No veréis una hoguera
    ni tampoco un infierno,
    veréis cómo arde el alma
    en sus blancos destellos
    con las púrpuras gotas
    que de un vaso modesto
    yo le doy de beber,
    yo le sigo vertiendo.

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  31. profe nosee no me deja corgar na en el blogg

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  32. Jenifer no te preocupes, pero por favor "na" es propio de alguien que utiliza un lenguaje muy vulgar, mejor "nada" que te va mejor ;)

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  35. profe soy david yépez

    LAS MANOS

    Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
    brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
    saltan, y desembocan sobre la luz herida
    a golpes, a zarpazos.



    La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
    y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
    Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
    hombres de mi simiente.



    Ante la aurora veo surgir las manos puras
    de los trabajadores terrestres y marinos,
    como una primavera de alegres dentaduras,
    de dedos matutinos.



    Endurecidamente pobladas de sudores,
    retumbantes las venas desde las uñas rotas,
    constelan los espacios de andamios y clamores,
    relámpagos y gotas.



    Conducen herrerías, azadas y telares,
    muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
    y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
    fábricas, pueblos, minas.



    Estas sonoras manos oscuras y lucientes,
    las reviste una piel de invencible corteza,
    y son inagotables y generosas fuentes
    de vida y de riqueza.



    como si con los astros el polvo peleara,
    como si los planetas lucharan con gusanos,
    la especie de las manos trabajadora y clara
    lucha con otras manos.



    Feroces y reunidas en un bando sangriento,
    avanzan al hundirse los cielos vespertinos
    unas manos de hueso lívido y avariento,
    paisaje de asesinos.



    No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
    mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
    Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
    y blandas de ocio vagan.



    Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
    que a nadie corresponden sino a quien los labora,
    y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
    caudales de la aurora.



    Orgullo de puñales, arma de bombardeos
    con un cáliz, un crimen y un muerto en cada una:
    ejecutoras pálidas de los negros deseos
    que la avaricia empuña.



    ¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
    al agua y la deshonra, enrojecen y estragan?
    Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
    y en el amor se apagan.



    Las laboriosas manos de los trabajadores
    caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
    Y las verán cortadas tantos explotadores
    en sus mismas rodillas.

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  36. EL NIÑO YUNTERO

    Carne de yugo, ha nacido
    más humillado que bello,
    con el cuello perseguido
    por el yugo para el cuello.

    Nace, como la herramienta,
    a los golpes destinado,
    de una tierra descontenta
    y un insatisfecho arado.

    Entre estiércol puro y vivo
    de vacas, trae a la vida
    un alma color de olivo
    vieja ya y encallecida.

    Empieza a vivir, y empieza
    a morir de punta a punta
    levantando la corteza
    de su madre con la yunta.

    Empieza a sentir, y siente
    la vida como una guerra,
    y a dar fatigosamente
    en los huesos de la tierra.

    Contar sus años no sabe,
    y ya sabe que el sudor
    es una corona grave
    de sal para el labrador.

    Trabaja, y mientras trabaja
    masculinamente serio,
    se unge de lluvia y se alhaja
    de carne de cementerio.

    A fuerza de golpes, fuerte,
    y a fuerza de sol, bruñido,
    con una ambición de muerte
    despedaza un pan reñido.

    Cada nuevo día es
    más raíz, menos criatura,
    que escucha bajo sus pies
    la voz de la sepultura.

    Y como raíz se hunde
    en la tierra lentamente
    para que la tierra inunde
    de paz y panes su frente.

    Me duele este niño hambriento
    como una grandiosa espina,
    y su vivir ceniciento
    revuelve mi alma de encina.

    Lo veo arar los rastrojos,
    y devorar un mendrugo,
    y declarar con los ojos
    que por qué es carne de yugo.

    Me da su arado en el pecho,
    y su vida en la garganta,
    y sufro viendo el barbecho
    tan grande bajo su planta.

    ¿Quién salvará este chiquillo
    menor que un grano de avena?
    ¿De dónde saldrá el martillo
    verdugo de esta cadena?

    Que salga del corazón
    de los hombre jornaleros,
    que antes de ser hombres son
    y han sido niños yunteros.

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  37. YO NO QUIERO MÁS LUZ QUE TU CUERPO ANTE EL MÍO

    Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
    claridad absoluta, transparencia redonda.
    Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,
    con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..

    ¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
    corazón de alborada, carnación matutina?
    Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
    Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

    No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
    Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
    La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
    Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

    Claridad sin posible declinar. Suma esencia
    del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
    Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
    acercando los astros más lejanos de lumbre.

    Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
    Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
    Trago negro los ojos, la mirada distante.
    Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

    Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
    donde brotan anillos de una hierba sombría.
    En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
    para siempre es de noche: para siempre es de día.

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  38. Ausencia en todo veo:
    tus ojos la reflejan.

    Ausencia en todo escucho:
    tu voz a tiempo suena.

    Ausencia en todo aspiro:
    tu aliento huele a hierba.

    Ausencia en todo toco:
    tu cuerpo se despuebla.

    Ausencia en todo pruebo:
    tu boca me destierra.

    Ausencia en todo siento:
    ausencia, ausencia, ausencia.


    MIGUEL HERNANDEZ AUSENCIA EN TODO VEO

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  39. ELEGÍA

    (En Orihuela, su pueblo y el mío, se
    me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
    con quien tanto quería).





    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    Alimentando lluvias, caracolas
    y órganos mi dolor sin instrumento.
    a las desalentadas amapolas

    daré tu corazón por alimento.
    Tanto dolor se agrupa en mi costado,
    que por doler me duele hasta el aliento.

    Un manotazo duro, un golpe helado,
    un hachazo invisible y homicida,
    un empujón brutal te ha derribado.

    No hay extensión más grande que mi herida,
    lloro mi desventura y sus conjuntos
    y siento más tu muerte que mi vida.

    Ando sobre rastrojos de difuntos,
    y sin calor de nadie y sin consuelo
    voy de mi corazón a mis asuntos.

    Temprano levantó la muerte el vuelo,
    temprano madrugó la madrugada,
    temprano estás rodando por el suelo.

    No perdono a la muerte enamorada,
    no perdono a la vida desatenta,
    no perdono a la tierra ni a la nada.

    En mis manos levanto una tormenta
    de piedras, rayos y hachas estridentes
    sedienta de catástrofes y hambrienta.

    Quiero escarbar la tierra con los dientes,
    quiero apartar la tierra parte a parte
    a dentelladas secas y calientes.

    Quiero minar la tierra hasta encontrarte
    y besarte la noble calavera
    y desamordazarte y regresarte.

    Volverás a mi huerto y a mi higuera:
    por los altos andamios de las flores
    pajareará tu alma colmenera

    de angelicales ceras y labores.
    Volverás al arrullo de las rejas
    de los enamorados labradores.

    Alegrarás la sombra de mis cejas,
    y tu sangre se irán a cada lado
    disputando tu novia y las abejas.

    Tu corazón, ya terciopelo ajado,
    llama a un campo de almendras espumosas
    mi avariciosa voz de enamorado.

    A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

    10 de enero de 1936


    Miguel Hernández

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  40. EN CUCLILLAS, ORDEÑO
    En cuclillas, ordeño
    una cabrita y un sueño.
    Glu, glu, glu,
    hace la leche al caer
    en el cubo. En el tisú
    celeste va a amanecer.
    Glu, glu, glu. Se infla la espuma,
    que exhala
    una finísima bruma.
    (Me lame otra cabra, y bala).
    En cuclillas, ordeño
    una cabrita y un sueño.

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  41. VUELO

    Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
    que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
    Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
    quisiera remontarse directamente vivo.

    Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
    Conquistaré el azul ávido de plumaje,
    pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
    de no encontrar las alas que da cierto coraje.

    Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
    quiso ascender, tener la libertad por nido.
    Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
    Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

    Iba tan alto a veces, que le resplandecía
    sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
    Ser que te confundiste con una alondra un día,
    te desplomaste otros como el granizo grave.

    Ya sabes que las vidas de los demás son losas
    con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
    Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
    A través de las rejas, libre la sangre afluya.

    Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
    tubo de apetecer y respirar el fuego.
    Espada devorada por el uso constante.
    Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

    No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
    por estas galerías donde el aire es mi nudo.
    Por más que te debatas en ascender, naufragas.
    No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

    Los brazos no aletean. Son acaso una cola
    que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
    La sangre se entristece de batirse sola.
    Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

    Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
    un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
    como un élitro ronco de no poder ser ala.
    El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve

    Miguel Hernandez

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